viernes, 24 de mayo de 2013

Alfredo

A veces me olvido, porque uno se acostumbra y parece que siempre estuvo en el mismo lugar. Pero si estoy acá, es por Alfredo. Después vino lo demás, después vinieron los demás. Pero si vine, fue por Alfredo.

A veces me olvido, porque antes estaba lejos. Cuando me vine a Buenos Aires, él justo se había ido.

Alfredo siempre fue un prócer, un héroe, alguien que estaba en un lugar protegido. Sin embargo estar con él era todo lo contrario del bronce, no había distancia con los demás.

En estos días que se le hicieron homenajes, algunas cosas puntuales lo traen de vuelta: la risa, la valentía, los chistes. Esas cosas, más que las alabanzas y los reconocimientos.

Todos tenemos anécdotas, todas son graciosas, a todos nos gusta contarlas y escucharlas, y reírnos. Son distintas a los de cualquiera.
Alfredo parecía nunca tener miedo, jamás tenía vergüenza.  Nadie era nadie especial y cualquiera era cualquiera, él era cualquiera: un maestro de grado.

 Todos iguales, siempre, en cualquier lugar, en cualquier momento.

Cuando hablamos de él, recuperamos algo de la frescura que transmitía, nos divertimos, nos sentimos orgullosos. Nos acordamos que muchos llegamos hasta acá por Alfredo.