viernes, 27 de abril de 2012

Concejal de Merlo, San Luis

Hoy agregué a lalista de blogs el de Mariano Stinga, concejal socialista de Merlo, San Luis. Ahí pueden encontrar toda su labor parlamentaria.

el link es http://concejalmarianostinga.blogia.com/

sábado, 21 de abril de 2012

Militancia y batalla cultural

 Jorge Rivas  en el Centro de Estudios Néstor Kirchner, donde expuso sobre "Militancia y batalla cultural" dentro del panel "El kirchnerismo no peronista", en el marco del VI Congreso de Pensamiento Nacional:

“Primero, quiero agradecer a los organizadores de este congreso por la invitación para poder estar aquí, en esta ciudad que me trae muchos gratos recuerdos, y poder reflexionar junto a ustedes sobre “Militancia y batalla cultural, a través de esta breve y humilde charla, que sólo tiene la pretensión de ser un aporte para el debate.

Luego, me gustaría empezar señalando un hecho: las expresiones que ofician como disparadoras de esta breve exposición molestan, inquietan a los sectores dominantes de nuestra sociedad. Más que eso, generan su indisimulable rechazo. “Militancia”, porque remite a luchas revolucionarias, a insurgencia social, a pueblo que avanza en pos de transformaciones, de justicia y de igualdad. Ellos prefieren los “operadores” a los militantes: son más limpitos, más asépticos, más gerenciales, mucho menos revulsivos.

“Batalla cultural”, por su parte, pone en palabras la presencia de un conflicto, no ya concreto, material, sino en el terreno de las concepciones del mundo, de las creencias consagradas, del pensamiento. Y en ese terreno, se sabe, los dueños del poder real prefieren que sus propias concepciones sean aceptadas como naturales. En ese terreno, siempre prefieren hablar de consenso antes que de confrontación porque el suyo es el pensamiento hegemónico.

Por si eso fuera poco, la batalla cultural que nosotros creemos que sí se está librando en la Argentina ha tenido como uno de sus puntos de partida precisamente la revaloración de la militancia, después de dos décadas largas en que la cultura dominante, expresada en los discursos de los grandes medios de comunicación, la condenó a la condición de reliquia no muy estimada del pasado reciente. La militancia, o más exactamente los militantes populares, fueron el blanco de la furia genocida de la última dictadura cívico-militar. La militancia como práctica resultó después sepultada en una sociedad que abjuró de la política y que hizo de ella una actividad casi vergonzosa.

La vuelta de la política, se ha señalado reiteradamente, constituye uno de los grandes legados del breve pero decisivo paso de Néstor Kirchner por el gobierno del país. Él fue capaz de transmitirles a millones de ciudadanos que nada había de inevitable ni de natural en la situación de catástrofe social y económica que todavía los azotaba en 2003, que ella, por el contrario, obedecía a razones históricas, que tenía responsables, y sobre todo que se la podía cambiar con una herramienta irreemplazable: la política.

En agosto de 2007, los socialistas que así lo habíamos entendido resolvimos aliarnos con el Frente para la Victoria, sostener la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner, y sumarnos activamente al gobierno que entonces presidía Néstor. Lo hicimos en un Congreso partidario, después de un largo, abierto y profundo debate interno. Para adoptar la decisión que adoptamos, tuvimos que superar fuertes prejuicios muy arraigados en nuestro partido, y desechar posiciones dogmáticas que nos habían mantenido hasta poco tiempo antes en la oposición.

Lo hicimos. Reconocimos que un dirigente de una fuerza política de la que habíamos sido adversarios durante medio siglo estaba llevando adelante un proceso de reformas democráticas y populares que debíamos apoyar sin retaceos si queríamos ser consecuentes con nuestro propio compromiso militante (eso, compromiso militante, nunca habíamos dejado de tener). Ese debate también fue parte de una batalla cultural. En este caso, para sostener que los socialistas, la izquierda democrática de raíz marxista, bien podía entenderse y coincidir en la defensa de intereses comunes con la izquierda nacional y popular.

La batalla cultural en la que estamos empeñados todos los que formamos parte de este proyecto nacional, y que ha sido y es fundamental en la recuperación de las energías militantes, no solo pero sí principalmente de la juventud, tuvo una expresión decisiva en el compromiso con una causa que Kirchner enarboló desde un principio: la de los derechos humanos, que se tradujo sobre todo en la aplicación de justicia a los agentes del Terrorismo de Estado, protegidos hasta 2003 por una coraza legal, judicial y política.

Hace ya algún tiempo leí una entrevista con un joven hijo de detenidos desaparecidos que acababa de recuperar su identidad. El muchacho se había negado durante diez años a hacerse el análisis de ADN por lealtad a sus falsos padres. Ante la pregunta acerca de la génesis de su cambio de actitud, su respuesta me resultó llamativa: “Acá hubo un quiebre después del 2003, del resurgimiento de los derechos humanos”.

El joven dijo “resurgimiento”. O sea que en su percepción, los derechos humanos habían desaparecido, y volvieron a aparecer. Para los que somos un poco mayores que él, y que tenemos por lo tanto una memoria política de mayor extensión, los derechos humanos no dejaron nunca de estar presentes. Pero estaban presentes en la sociedad civil, en los organismos, en las Madres, en las Abuelas, en Hijos. Otra vez, en la militancia. Lo que sucedió en 2003 fue que el Estado volvió a hacerse cargo de los derechos humanos, como no sucedía desde los dos o tres primeros años después de la dictadura.

El gobierno de Néstor Kirchner hizo una bandera propia de los derechos humanos, de la liberación de obstáculos para que la Justicia pudiera hacer su tarea contra los responsables de la mayor violación masiva y sistemática de esos derechos en nuestra historia. Y sabemos cuánto se ha avanzado en este aspecto en los últimos nueve años. Hasta el punto de que la Argentina, de ser un refugio para terroristas de Estado que no podían abandonar el país sin caer bajo la persecución de la Justicia de otros países, ha pasado a constituirse en una avanzada mundial. Todo esto, no sin la resistencia, abierta o solapada, de los sectores más reaccionarios y de los cómplices orgullosos o vergonzantes de los represores. En las redes sociales he visto reproducida más de una vez la escena en la que Néstor Kirchner ordena al general Roberto Bendini que baje de la pared del Colegio Militar el retrato del convicto Jorge Videla. La leyenda que la acompaña, dirigiéndose a Néstor: “Bajando un cuadro, formaste miles”. Otra vez juntas, esta vez en la creatividad colectiva, la batalla cultural y la militancia.

Desde luego que el amplio campo de los derechos humanos no se limita al castigo de los agentes de la represión ilegal, ni a la recuperación de su identidad por parte de quienes habían sido privados de ella por la fuerza. Y aunque en el país que ha sido escenario de la orgía criminal que fue la última dictadura cívico-militar es lógico que ese sea un asunto primordial, no es el único en que se ha avanzado. También se lo ha hecho en el control por parte del Estado de sus propias fuerzas armadas y de seguridad, en particular en lo que se refiere a la prohibición de reprimir la protesta social, y se ha procurado mejorar las calificaciones democráticas de la formación de sus efectivos.

No obstante, las cárceles siguen siendo horribles depósitos de pobres, y los sectores más desvalidos siguen siendo víctimas de los abusos y de la violencia policiales. He ahí dramáticos conflictos que demandan de nuestra perseverante militancia en defensa de los derechos humanos vulnerados, y que seguramente hallarán enconadas resistencias, no solo de parte de sectores interesados en que nada cambie en ese aspecto, sino también en el sentido común de amplias capas de la población, alentadas por los medios de masas. Es que se trata, nada menos, que de los derechos de quienes infringen la ley. Será, sin duda, un capítulo particularmente duro de nuestra batalla cultural, que va a demandar un enorme esfuerzo militante.

Una victoria parcial pero sumamente significativa contra las líneas más resistentes de la cultura dominante se consiguió, con una activísima militancia, con la sanción del matrimonio igualitario. Otro escollo seguramente aun más difícil aguarda en el debate ya iniciado acerca de la despenalización del aborto. Más ampliamente, puede decirse que lo que está en juego en estos casos es el carácter mismo del Estado, por cuyo laicismo debemos emplearnos a fondo Es que el laicismo resulta una condición necesaria para la efectiva igualdad ante la ley de todos los ciudadanos, de modo que un Estado democrático no puede, sino que debe ser laico.

Cada avance, cada reforma democrática que se ha alcanzado en los últimos nueve años, ha formado parte de una batalla contra ideas hegemónicas, prejuicios arcaicos, intereses revestidos del ropaje de las más nobles tradiciones: la recuperación por parte del Estado de su papel en la conducción de la economía, el fin del alineamiento automático con los Estados Unidos, la sanción de la ley de medios, por poner solo algunos ejemplos. Cada uno de los que falta formará parte de esa misma batalla, y necesitará de una cada vez mayor participación de la militancia, porque a medida que se profundice, el proyecto nacional, popular y democrático será más y más resistido.

Fue la propia Cristina la que dijo en el discurso de su primera asunción presidencial que mientras haya un solo pobre en la Argentina no podremos decir que hemos cumplido con nuestra tarea. Y sabemos que cada avance en la lucha contra la desigualdad exige vencer la resistencia de los privilegiados, que no suelen desestimar ningún recurso. De allí que se hace imprescindible acumular fuerzas militantes, que sostengan e impulsen con vigor el programa de reformas. Mal que les pese a nuestros adversarios, militancia y batalla cultural no forman solamente parte protagónica de la realidad política, sino que van, por añadidura, irremediablemente juntas.

Muchas gracias”

sábado, 14 de abril de 2012

Boaventura en Página 12, 13 de abril 2012

Democratizar, desmercantilizar, descolonizar


Por Boaventura de Sousa Santos *
¿Por qué la actual crisis del capitalismo fortalece a quien la provocó? ¿Por qué la racionalidad de la “solución” a la crisis se basa en las previsiones que hace y no en las consecuencias que casi siempre las desmienten? ¿Por qué es tan fácil para el Estado cambiar el bienestar de los ciudadanos por el bienestar de los bancos? ¿Por qué la gran mayoría de los ciudadanos asiste a su empobrecimento como si fuese inevitable y al escandaloso enriquecimiento de una minoría como si fuera necesario para que su situación no empeorara aún más? ¿Por qué la estabilidad de los mercados financieros sólo es posible a costa de la inestabilidad de la vida de la gran mayoría de la población? ¿Por qué los capitalistas individualmente son, en general, gente de bien y el capitalismo, como un todo, es amoral? ¿Por qué el crecimiento económico parece hoy la panacea para todos los males económicos y sociales sin que nadie se pregunte si los costos sociales y ambientales son o no sustentables? ¿Por qué Malcolm X tenía plena razón cuando advirtió: “Si no tienes cuidado, los periódicos te convencerán de que la culpa de los problemas sociales es de los oprimidos y no de quien los oprime”? ¿Por qué las críticas que las izquierdas le hacen al neoliberalismo entran en los noticieros con la misma rapidez e irrelevancia con que salen? ¿Por qué las propuestas alternativas escasean cuando son más necesarias?
Estas cuestiones deben estar en la agenda de reflexión política de las izquierdas, so pena de ser remitidas al museo de las felicidades pasadas. Eso no sería grave si no significara, como significa, el fin de la felicidad futura de las clases populares. La reflexión debe comenzar por aquí: el neoliberalismo es, ante todo, una cultura del miedo, del sufrimiento y de la muerte para las grandes mayorías; no se lo combate con eficacia si no se le opone una cultura de la esperanza, la felicidad y la vida. La dificultad que tienen las izquierdas para asumirse como portadoras de esa otra cultura deriva de haber caído durante demasiado tiempo en la trampa con que las derechas siempre se mantuvieron en el poder: reducir la realidad a lo que existe, por más injusto y cruel que sea, para que la esperanza de las mayorías parezca irreal. El miedo en la espera mata la esperanza de felicidad. Contra esta trampa es preciso partir de la idea de que la realidad es la suma de lo que existe y de todo lo que en ella emerge como posibilidad y como lucha por concretarse. Si las izquierdas no saben detectar las emergencias, se sumergirán o irán a parar a los museos, lo que es lo mismo.
Este es el nuevo punto de partida de las izquierdas, la nueva base común que les permitirá después divergir fraternalmente en las respuestas que den a la preguntas formuladas más arriba. Una vez ampliada la realidad sobre la que se debe actuar políticamente, las propuestas de las izquierdas deben ser percibidas como creíbles por las grandes mayorías, como prueba de que es posible luchar contra la supuesta fatalidad del miedo, del sufrimiento y de la muerte en nombre del derecho a la esperanza, a la felicidad y a la vida. Esa lucha debe ser conducida por tres palabrasguía: democratizar, desmercantilizar, descolonizar. Democratizar la propia democracia, ya que la actual se dejó secuestrar por poderes antidemocráticos. Es preciso volver evidente que una decisión tomada en forma democrática no puede ser destruida al día siguiente por una agencia calificadora de riesgos o por una baja en la cotización en las Bolsas (como puede suceder próximamente en Francia). Desmercantilizar significa mostrar que usamos, producimos e intercambiamos mercancías, pero que no somos mercancías ni aceptamos relacionarnos con los otros y con la naturaleza como si fuesen una mercancía más. Somos ciudadanos antes de ser emprendedores o consumidores y, para que lo seamos, es imperativo que ni todo se compre ni todo se venda, que haya bienes públicos y bienes comunes como el agua, la salud, la educación. Descolonizar significa erradicar de las relaciones sociales la autorización para dominar a los otros bajo el pretexto de que son inferiores: porque son mujeres, porque tienen un color de piel diferente o porque pertenecen a una religión extraña.
* Doctor en Sociología del Derecho. El texto corresponde a la “Quinta carta a las izquierdas” del autor.
Traducción: Javier Lorca.

nota original

jueves, 5 de abril de 2012

FEMI 2012 ¡¡Me saco el sombrero!!

Esta noche es el cierre del FEMI 2012.


Con un formato que se repitió en sus dos ediciones: cinco fechas en las plazas de la ciudad y el cierre en una sociedad de fomento, el año pasado en el Prado Español, este año en el Barrio Evita.


Un grupo de jóvenes que quería mostrar lo que hacía, música, decidió ponerle el cuerpo a la organización de un festival. Un lugar donde ellos tocan como uno más.


Diseñaron un esquema: cinco fechas con cinco bandas cada día. Y no lo rompieron. Resolvieron llevar la música de los juninenses a los juninenses: y buscaron plazas barriales.


Acordaron con el municipio que lo pudieron acordar: que plazas sí y cuales no, donde poner el escenario, cómo bajar la luz.
Y salieron a buscar auspicios para pagar el sonido, el flete y algunos otros gastos que se pudieran presentar. 
Manejaron los escasos recursos que consiguieron, con el aporte de empresas y sindicatos. 
Este año armaron un equipo de colaboradores que se entusiasmaron con ayudarlos a llevar adelante la iniciativa.


No es poco haber logrado sostener, con un gran trabajo de parte de cada uno de ellos, por dos años consecutivos, un festival cultural abierto, partcipativo, popular, sin apoyo monetario por parte del estado.


Se han ganado el respeto de muchos de los músicos de Junín, y de quienes no lo son. 
Movieron el avispero, demostraron que se puede gestionar cultura con vocación y voluntad. Sin mostrarse neutrales, pudieron dialogar con todos para lograr su objetivo.

¡Me saco el sombrero!