miércoles, 22 de junio de 2011

El momento del reparto

Hace un tiempo que quiero escribir algo sobre lo que veo y lo que creo del armado de listas. El momento es ahora, porque el fin de semana las listas estarán armadas, y la suerte echada.

Siempre es un momento complicado, conflictivo. No hay forma de que sea de otra manera. Es así aún para aquellos partidos o grupos políticos que se rasgan las vestiduras por el diálogo o el consenso. No es necesario que los mencione.

Los "laicos" de la política creen que hay formas civilizadas de resolver estas cuestiones: que vayan los mejores, por ejemplo. ¿Pero, quién es el mejor legislador? ¿el que sabe más de técnica legislativa? ¿el que sabe más de derecho? ¿el que sabe más de la ciudad, provincia o país sobre la que tendrá que legislar?

¿Cuál de todos estos saberes será el que se le supone a un médico? Siempre parece oportuno y adecuado que vaya un médico en una lista. "Viste" la lista, dicen. Interpreto que sería algo así como ponerse una flor en el ojal. Un ornato bah.

Otro adorno muchas veces considerado adecuado es un empresario. "Sabe gestionar su empresa", dicen. Quién sabe qué tendrá que ver eso con saber redactar una ley o una ordenanza, o tener un criterio sobre la cosa pública para votarla.

Por supuesto que hay médicos y empresarios que son buenos legisladores, o gobernantes, que tienen vocación política. No me refiero a ellos.

Estas dos y algunas otras hipótesis parecidas, vienen de la mano de la valoración de la no política. Es una de las cosas que se supone el kirchnerismo combatió. Si la creímos  desterrada, fuimos ilusos. Sigue siendo fácil demonizar a quienes hace años se dedican a hacer política: si no los pueden tildar de corruptos o ladrones, entonces siempre se puede decir que son rosqueros, mentirosos o traidores en potencia. Que son soberbios, o solo responden a apetencias personales.

Otra cuestión frecuente es el que, ignoto en su ciudad, invoca el capital político de su referente como propio. Yo he escuchado: “soy el fenómeno Chacho Álvarez en Junín”, “Lilita quiere gente que no tenga otra camiseta debajo de la del ARI” … “cuando usé el baño de …” … y algunos más. En todos los casos en que se hizo lugar a esa pretensión, y si el candidato local era efectivamente alguien poco conocido, un oportunista evidente o alguien con imagen negativa, nunca, nunca, el capital político del referente nacional se trasladó al resultado local.

Sin embargo, y aunque muchos sepamos eso y tengamos como demostrarlo, es casi inevitable ceder a esa pretensión por dos razones: la primera que el que tiene apoderado, corre con el caballo del comisario; la segunda, quién financia la campaña.

La verdad que la cuestión de la financiación no está resuelta, y aunque se puede hacer una buena campaña artesanal, eso tiene un tope. Esto es evidente, todos lo sabemos, y a muchos nos sigue conviniendo que sea así.

Pero aparte, la mayoría de las veces, esos referentes no son personas razonables que deciden con algún criterio lógico. Sobre todo en los grupos en formación, o en construcciones emergentes (las cuáles no dejan de aparecer en la Argentina) el pato de la boda son las listas locales. Porque lo importante es mostrar la mayor cantidad posible de armados, aunque sean un cachivache y ni siquiera contribuyan al armado provincial o nacional. Le dan el sello a quien se lo pida, y ese tiene la llave maestra aunque los eventuales aliados, que le suman en el armado nacional,  hayan trabajado como tontos durante meses. Porque ese traidorzuelo profesional, que hoy estará acá y mañana allá, hoy es “mío”. Aunque cualquiera sepa que no es de nadie.

Y así, de esas diversas maneras, casi nadie tiene un capital político propio en las localidades. Tengo para mí que eso le conviene a lo peor de la política.

 Yo creo, a riesgo de parecer ingenua, que es necesario un mínimo de construcción colectiva de las listas. La participación y la opinión de los que están recorriendo juntos un camino, de buena fe, poniendo el cuerpo y la cabeza, y arriesgando el poco o mucho apoyo popular con el que contaban el día que iniciaron ese camino.  Una mínima legitimación de las decisiones que se toman. Un mínimo respeto por los otros (los otros cercanos y los otros lejanos que espero serán los votantes). Ese proceso de legitimación aporta confianza en el grupo y genera compromiso en los elegidos. El que nada le debe a nadie, no tiene a quien traicionar. Aunque estén en la misma lista cada uno estará en su derecho de elegir el juego: no tiene compromiso con el grupo, está ahí porque lo tocó la varita mágica sin que sepa muy bien por qué.
He visto pasar a muchos fenómenos, elegidos de los elegidos, profesionales de la ambulancia. Nosotros seguimos en el mismo lugar.

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